sábado, enero 06, 2007

EN MI CASO

En mi caso, la relación con el colectivo que me lleva al trabajo es parecida a la de yanquis y mexicanos. Tensión, algo de odio salpimentado con un sentimiento de oportunismo y simulación, porque al fin de cuentas ambos se necesitan. Algo así me pasa.
Puteo, camino en círculos, juego al fútbol con cualquier objeto que se cruce en el camino (no siempre, a veces uno busca a la cosa), canturreo canciones que abandono por la mitad en una pésima fonética angloguaraní. Observo la gente pasar, los distintos tonos de verde que hay por todo el barrio. Los hay de a cientos y miles de todos los tipos, estilos, brillos y opacidades. Y de repente, entre los divagues de turro trasnochado, aparece. Tengo la desgracia que la trompa del micro se asoma a lo lejos, en la punta de la lomada. ¿Por qué desgracia? Porque a la cuadra y media de su aparición espectral, varias de las líneas que circulan por la avenida doblan a la izquierda. Me hacen comer el amague, en definitiva. Así que me emociono al cuete unas dos o tres veces al día.
Cerca de 20 minutos hay que esperarlo al señor. Y ahí está. Verde, con sus números bermellón como si fueran ojos.“Don Casimiro Zbikoski” reza en ambos flancos, con soberbia y petulancia. El chofer, de camisa verde a tono con el mamotreto rectangular que se asimila a un enorme paquete de pan lactal, acerca el coche a la vereda, gentil. Siempre saluda con una sonrisa. Todavía se le da el dinero a una mano y no a una puta máquina caprichosa. El boleto tiene numeritos, como los de antes, donde se puede especular sobre el destino del próximo o el anterior capicúa. Por supuesto que no podían faltar las inefables monederas de metal con agujeros, que con la pericia del pulgar derecho del conductor, vomita monedas según el valor: desde los cinco centavos hasta las de un peso. Resulta extraño ver en el otro extremo a los billetes apilados y discriminados por categorías, aplastados levemente por una planchita de acrílico rectangular, que tienen una manija parecida a la de una olla chica. Claro, adivinó, para que no se vuelen. O para que una mano rápida y pícara se los lleve sin permiso. Me despierto algo aturdido por el calor de la siesta. Toco el timbre y bajo al medio de la ruta, donde camiones, camionetas, autos y aviones biplaza le afeitan las piernas al varón más pintado

6 comentarios:

bartolomé rivarola dijo...

¡Clap! ¡Clap! ¡Clap!
Buenísimo, jamás se me hubiera ocurrido tomarlo desde ese lugar.
La foto es un post aparte...

SenodraM dijo...

Muy Buenas imágenes SubCTE. MUY BUENO!!
Prometo Pronto el Próximo (las tres P de la literatura prometedora)

Ceci -las dos veces con C- dijo...

Me encanto como dibujaste en el aire lo que escribiste...en mi caso...lo colectivos...son una fomran una gran parte en mi...que se mueven entre el amor y el odio...lineas que pasaron a ser amires incondicionales...y otras otras...que si pudiera las prenderia fuego!!.

Uhh..yo me acuerdo cuando era chica...y estaban esos boletos de colores...cuando nacieron las maquinas,murio la profesion de el que te daba el boleto.


...siempre corro la ultima media cuadra para que no se me vaya el colectivo...por que aunque no lo veo...yo se que esta...y se me va a ir!...la mayoria de las veces...lo agarro.

bartolomé rivarola dijo...

Son cuatro, Senodram
Prometo Pronto el Rpóximo Post

Anónimo dijo...

El niño preguntó:

- SEÑOR! Por que odia eso?

NICANOR

Anónimo dijo...

- NO HIJO. ÉL, NO LO ODIA. SOLO LO DESCRIBE