martes, octubre 03, 2006

CON PERMISO


Debo confesarle que anduve merodeando por su casa. Sí, ante todo, las más de las sinceras disculpas por el atrevimiento. Sepa comprender. Lo estuve esperando. Tenía un montón de preguntas para hacerle. De verdad. En cualquier caso, le paso a contar lo que hice. Si es que me lo permite, desde luego. ¿Sí? Bueno, arranquemos entonces.
A eso de las 2 de la tarde llegué a San Ignacio, luego de una horita y media en el Horianski, que se detuvo en Santa Ana a cargar combustible. Lo pongo al día: hay escasez de gasoil, por una supuesta e inminente crisis energética que el gobierno de Kirchner, según apuntan desde la oposición, no tiene ni la menor idea de cómo manejar. Ahhh, no le importa. Disculpe la digresión. No quiero aburrirlo. Está bien. Como decía, llegué con un poco de demora. Para que sepa, los tiempos han cambiado. A mitad de camino subió un hombre con camisa blancuzca (el blanco puro no existe, todo se mancha de naranja), que se puso a hablar en guaraní por un moderno celular. ¿No sabe qué es un celular? Es un teléfono portátil, muy pequeño. Todos tienen hoy en día. Retomemos. Relativamente hacía algo de calor y estaba nublado. A lo lejos se podía percibir el susurro de la tormenta que vendría, según el meteorólogo de Canal 12, que dicho sea de paso tiene una puntería infalible. Bueno, lo del canal se lo explico otro día, es algo más complicado. Calzaba unas ojotas blancas, que en seguida se tiñeron de colorado, como todo por acá. Si, ya sé que lo sabe bien lungo. Shorcito deportivo y musculosa. Termolar cargado de jugo con mucho hielo. Yerba, vaso de vidrio y bombilla correspondiente. Me senté en una placita y me armé el tereré. Seguí. Orgulloso pagué mi entrada a la misión jesuítica San Ignacio Miní, por el módico valor de 3 pesos, ya que soy residente de la provincia. Usted ya la conoce, qué le puedo contar. Que desde 1984 es patrimonio cultural de la Humanidad. Que es impactante. Nada, en fin, que no haya visto. 1903. Estaba todo recubierto por la voraz selva de entonces, reducida a hoy a pinares artificiales para fabricar celulosa. Sacó fotos junto a Lugones. Allá por los 40´ fue despejado todo el lugar, para que se pueda apreciar bien la magna obra, abandonada a su destino. Botín de guerra de los imperios coloniales, presa de bandeirantes y mamelucos, blanco del Vaticano, trincheras paraguayas. Un poco de todo eso fue. Bueno, sigo. Kilómetro y medio después está su casa. Hay que caminar hasta el arco de gendarmería nacional, doblar a la derecha y meterle hasta el fondo. Después de una curvita leve, aparece. Está muy bien, la lleva al día. Primero recorrí el sendero de bambú, donde apenas pasa el sol, la tierra está húmeda y se siente una brisa en la piel que parece atrapada entre las cañas. A mitad de camino, levantaron una réplica de su primera casa, la de madera, la que se prendió fuego. Lo hicieron para una película, que creo no haber visto nunca, y eso que en eso no fallo. Entré. Estaba todo en su lugar, como me habían dicho. La Remington portátil, el bastón, los tatús embalsamados, la piel de yarará extendida a lo largo de la pared (¿mide dos metros o estoy loco?), el aljibe, la pequeña cama, la pileta. Le comento que agregaron una historieta del gran Alberto Breccia, un enorme dibujante argentino, quien ilustró para la revista El Porteño “La gallina degollada”, el cuento más espeluznante que haya leído jamás. Lo confieso. No quería llegar a revelarle esa debilidad, tan mía. “El almohadón de plumas” me hizo temblar también. No tiene nada que envidiarle a sus maestros, como Kipling, Poe y Maupassant. De verdad se lo digo. No, no. No es mentira. Para chupar traseros están los críticos. Hay crónicas suyas de La Nación y Crítica. Fotos por doquier. Se lo ve armando el bote donde pasaba horas navegando en la tensa clama del Río Paraná, como agricultor, como carpintero, como químico-fabricante-de-insecticidas-y-suero-antiofídico. Con sus hijos. Sus mujeres. Y sepa lo siguiente: no fue ningún tonto al elegir semejante vista al río. 185 hectáreas de predio, ahora en poder de la Gendarmería. ¿No lo sabía? Después le explico. Sepa que me conmueve su vida, sus avatares. Su vida signada por la absoluta tragedia. Su padre diplomático muerto accidentalmente cuando bajaba de un barco, por un disparo infame de escopeta, cuando usted apenas tenía días de vida. El suicidio en su propia cara de la posterior pareja de su madre. La muerte de su amigo, que le había pedido que le enseñe a disparar un arma de fuego, y ese tiro que se escapó. Sus tertulias con el grupo Boedo. La amistad con el ecléctico Lugones. El impacto que le causó esta hermosa tierra de Misiones allá por 1903. La locura de vivir en el ascetismo, en terrenos inhóspitos, viviendo de la caza y la pesca. Aislado. Incumpliendo permanentemente en su cargo de Juez de Paz. Los desplantes de sus mujeres. El cáncer de próstata. El Hospital de Clínicas. El veneno. Hijos suicidados, jóvenes. La esposa que ingiere el insecticida elaborado con sus propias manos. La agonía de 8 días. El dolor. Su segunda mujer, de 20 años, amiga de su hija. Ella fue la que donó las propiedades al Estado, por la falta de decendencia.
No quería despedirme sin saludarlo. Y que mucho de lo que escribió me estremece al día de hoy. Adiós “loco” Quiroga, hasta que nos tape para siempre la selva.

1 comentario:

Lupa dijo...

Muy bueno Dieguito...me senti pisando en patas el húmedo suelo misionero. Un abrazo para el Loco, y decile que me quedo con "La guerra de los Yacarés"...