sábado, noviembre 10, 2007

ASÍ LLEGASTE





“Mirá, sos muy chiquita. Además, los monitoreos nos indican que puede llegar a haber una vuelta de cordón. Así que evitemos complicaciones y esta noche hacemos la cesárea”. Automáticamente, Juli, me mandó un mensaje de texto mientras yo mateaba y picaba algo del reviro que los colonos yerbateros que desde hace 40 días acampan con sus desvencijados tractores en la plaza 9 de Julio mareaban en una gloriosa olla negra. Me quedé helado. Salí cagando y monté un taxi que recién arrancaba de la parada. Cuando nos vimos, empezamos con los preparativos: el bolso con las cosas necesarias, guita, obra social, carnets, documentación y muchos etcéteras. Entre pitos y flautas, llegó la hora “h”. El martes 19 de junio amenazaba con ser, por lo menos, adrenalítico.
Compartíamos pieza con un matrimonio joven, obrero y ya experimentado en esto de tener alguien más que rompa el círculo hombre-mujer. Vino el camillero, la vistieron, le pusieron una vía en la mano derecha y la subieron a la camilla propiamente dicha. La acompañé por los calurosos e intrincados pasillos del sanatorio hasta llegar a un lugar donde mi presencia no era necesaria. “Señor, tiene que dar la vuelta a la derecha, bajar la rampa y quedarse en la sala de espera. Lo van a llamar. Después, retome la rampa que le van a entregar el bebé”. Las indicaciones eran sencillas, pero me parecieron equivalentes a la caída de la bolsa de comercio de Uzbekistán por la incidencia del poroto negro bengalí en la cotización del dólar paralelo. Así todo, encontré el lugar. Al mejor estilo Bielsa, fui y vine mirando las baldosas, autómata y con millones de pensamientos que se me cruzaban. Desde los más bellos e inesperados hasta los siniestros. A los cinco minutos, un tipo repleto de barbijos y bolsas con pinta de científico loco que maneja virus para hacer una bomba bacteriológica, me encara de sorpresa y me dice: “Es poca a ropa, hace mucho frío. Tráigale una manta y más abrigo”. La palabra “manta” derrumbó mis enclenques previsiones como castillo de naipes . Yo sabía que no había tal manta, y por ende, debía ir a casa a buscarla. Gran cagada. El celular reventaba de llamados curiosos que preguntaban todo mientras por otro lado le garpaba al tachero. Revolví todo y encontré la manta de mierda. Rajé de vuelta. Entregué todo. El abrigo que traje, envuelto en la locura, era para cuando la criatura ingrese a la Universidad, más o menos. Caos. El vecino de zapie me prestó ropa. Vergogna. Pasó el zafarrancho. El reloj trasmitía la tensión de los últimos segundos de un partido de básquet que no se define y que viene cabeza a cabeza. De repente, escucho un llanto que rajó la tierra. Una y otra vez. Era él. Había llegado. Y por lo menos, de los pulmones, parecía andar bien. Me llaman. Voy donde me dijeron. Me esperaban dos puertitas de madera que en realidad se asimilaban a ventanas. Se abren. El mismo que me reclamó más pilchas me hace firmar no sé qué. Viene una tordilla con algo entre los brazos envuelto con la puta manta. Me lo entrega. “Tu bebé está bárbaro. Es hermoso. Pesa 2 kilos 800”. Lo agarro y lo miro. Increíblemente está con los dos ojazos abiertos, relojeando todo a su alrededor. Caminamos juntos hasta la habitación a esperar a la madre. Estuvimos solos una media hora y nos dijimos sin hablar de todo. Lloramos con la mamá, sumergida en un vaho de droga pos peridural. Ella no podía moverse por la herida, tras lo cual hice una aceleradísimo curso de paternidad, que pese a las inevitables vacilaciones iniciales, aprobé con creces y muchísima dignidad.
Así vino Ernesto, ese pequeño ser, guerrero con piel de poeta. Llegaron mis suegros, mi vieja. Tras dos días, de vuelta a casa, a encarar esta nueva vida de pañales, óleo calcáreo, algodón, llantos, leches, tetas, cordón que debe caerse, sueño interrumpido. Por suerte, y tocamos madera, el quía de noche duerme de prima, así que ojeras violentas hasta el momento no tenemos. Volví al trabajo-enfermedad del periodismo gráfico. El martes que viene cumple dos semanas. Y mucho no se puede decir. Ustedes lo han visto. Nada más me/nos cambió la vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

FELICITACIONES. EL MEJOR RELATO DE SU VIDA!!!!

CONOCE LA LETRA, NO?
MZA