Es una
cuestión de principios. Una plantada de bandera. Un grito primal, desesperado,
que retumba en un eco interminable de soledad. Un lamento desgarrador que resiste
los embates cada vez más virulentos de piononos embadurnados en mayonesa de manera tal que enceguecen. De un Vitel Toné que tiene exactamente el mismo sabor
año tras año. De las toneladas de Rusa. De las ensaladas exóticas, esas que
poseen ingredientes tan disímiles que bajo ningún punto de vista podrían
congeniar en un bol salvo para las Fiestas. De alguna que otra ciruela
desubicada para el toque "agridulce". De la sobrevaloradísima pavita, el bicho del reino animal más seco
del que se tenga memoria gustativa, que hace que la pechuga de pollo parezca un
bife de chorizo jugoso. El helado de lechón…
Señoras y
señores, como amagué en el post anterior sobre la Navidad, la comida fría no es
comida. Es así. Simple. En estos más de 30 años de existencia, para las mismas épocas, llevo deglutidas
toneladas de productos con la temperatura de un difunto. Y
estoy podrido. Cansado. Harto. Para peor, incomprendido. Solitario. En esa
abrumadora ola en la que intento surfear, además, convivo con el placer
manifiesto y exacerbado de los Otros, de quienes disfrutan exteriorizándolo como si fuera a propósito para joderme, de tales menesteres
culinarios. Aclaración: no es pase de factura a nadie en particular; se trata
de algo que percibo cada vez más masivo, que excede ampliamente al/los
círculo/s familiar/es. Entiendo que, en los papeles, requiere de menor preparación. Entiendo la excusa del calor y el no ensuciarse. Entiendo que, a diferencia de Año Nuevo, mucha gente labura hasta horarios
irracionales (a punto tal que me he ofrecido a confeccionar comida de verdad,
con un arrojo militante que empequeñecería al propio Che). Pero no me pidan que
entienda el regocijo que les provoca, las exclamaciones bocado tras bocado.
Disculpen, pero eso no.
Hubiera asesinado por hincarle el diente a un soberano trozo de vacío nadando en
chimichurri. No me importaría un regio carajo el mancharme con grasa de
cordero, con algún chispeante chinchulín, con una costilla rebeldona de
chancho. Hubiera llegado al clímax cuando el picor furibundo de un chorizo
mercedino o de Saladillo me perforase la boca, para dar paso así a la
convocatoria de aquellos brebajes divinos, únicos instrumentos capaces de
reprimir la furia demoníaca desatada por el embutido malditamente genial. Es
más, el pollo también habría calzado de maravillas.
Mis
expectativas, ahora, están puestas en el 31
a la noche. No son muchas, pero son suficientes como
para mantener, al menos, el ánimo no tan por el piso.
Probablemente
estas líneas no modifiquen mi derrotero alimenticio de las Fiestas. Mi proclama no dejará
de ser un fosforito en la llamarada. Pero acá estoy. Y a rogar por carnes
calientes. Carajo.
2 comentarios:
la aclaración de no es pase de factura era para no comprarte quilombo con tu mujer???? jaja
Jajaja, no, nada que ver (?). Siempre hay un susceptible, vio...
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