jueves, agosto 18, 2011

¿Y después de oKtubre? Desde oKtubre…

Si los resultados de las primarias no se alteran demasiado en octubre, como todo indicaría, el tablero político argentino padecerá varios reacomodamientos en el corto y mediano que dejarán secuelas de las fuertes. Vayamos diseccionando.




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En principio, Alfonsín, Duhalde y Carrió, cada uno a su manera, persisten con sus candidaturas en un viraje estratégico que apunta a instalar la necesidad de “controlar” al gobierno en los distintos parlamentos. La maniobra, que contará con el respaldo del núcleo duro de los medios opositores, no parece tener mucho oxígeno. ¿Por qué razón el votante que no los eligió en las primarias debería hacerlo ahora, haciendo foco en las listas legislativas? ¿Cuán viables es imaginar que muchos votos cristinistas mostrarán la boleta cortada en ese rubro? Son preguntas que, desde el sentido común, arrojan una respuesta unánime: ninguna.
Por otro lado, la dinámica voraz de la política producto del tsunami Cristina, tal vez depare sorpresas, como por ejemplo el corrimiento de algún candidato del trinomio Alfonsín-Duhalde-Carrió. Son tiempos muy turbios para ellos, con muchos frentes abiertos y el desconcierto oficiando de patrón en cada uno de sus bunker.
Allí, quien asoma con fortaleza es Hermes Binner, que quedó a menos de 3 puntos del radical y del ex senador y tiene muchísimas chances de posicionarse segundo en octubre, por el hecho de ser una cara “nueva” para gran parte de la sociedad, de pertenecer a un espacio claramente no peronista y de contar en sus espaldas una gestión avalada en las urnas en uno de los distritos más importantes del país. No es poco, está claro. Y menos, si el santafesino mira a ambos lados de sus hombros opositores y es conciente del desierto político que lo rodea. Dependerá de su cintura personal y, sin dudas, de la capacidad de sus equipos técnicos de instalar un discurso atractivo que no repita los lugares comunes de los candidatos de la derecha. Que se diferencie del “Grupo A”. Que no se siente a cabecear centros complacientes en los sets televisivos de siempre. Que plantee una agenda temática concreta (y no que repita argumentos  que casi ni difieren con los del oficialismo). Que camine por cada rincón del país. Habrá que ver si lo logra.
¿Y el Gobierno? El mensaje de Cristina fue claro: humildad, los votos no tienen dueños y trabajo. Es previsible que el Frente para la Victoria reforzará esfuerzos militantes para obtener más votos aún y copar las cámaras casi sin campaña: sólo le alcanza con continuar gestionando, achicar los márgenes de error, mostrarse conciliador y esperar un porcentaje del cielo del voto a ganador. Tiene ese handicap.

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El radicalismo sufrió una estocada de consecuencias, hasta ahora, imprevisibles. Una caída que parece no tener fondo. De poco sirvió la exaltación de Cobos post 125 (¿dónde está?), la reconstrucción del relato-Alfonsín tras su muerte, la imposición (fallida) extraplanetaria de Ernesto Sanz, el inconsistente hijo-de-con-los-bigotes-del-padre. Quedó desnudo el fracaso de la amalgama con fórceps con De Narváez: hubo traiciones por doquier y ya hay sectores del partido que prometen hacer mucho más que ruido tras octubre, representados por Federico Storani y otros ex Coordinetas de Buenos Aires.
La batalla será feroz, y de acuerdo a la experiencia reciente –más por los resultados que por convicción-, parece inevitable que los radicales busquen en Hermes Binner y su espacio una especie de refugio de supervivencia hasta el acomodamiento de los melones en el carro bajo el manto piadoso de “retornar a las fuentes socialdemócratas”. Hay un hilo conductor que comparten en Santa Fe y al cual los radicales apelarán para reflotar el romance de otrora, al tiempo que no sería descabellado imaginar a Margarita Stolbizer y otros “ex” a que oficien de mediadores. No será tarea menuda si es que a Binner le va bien de verdad; cotizará en bolsa e impondrá condiciones. Además tendrá –Binner - que manejarse con amplitud, tolerancia y una enorme cintura para contener a todo el FAP adentro: el sector de los oscilantes e impredecibles Libres del Sur, el pinismo residual y la CTA post mortem difícilmente puedan compatibilizar cánticos referidos a los “hijos de Santucho” con los boinas blancas. Aunque en política todo es posible. Sería una llamativa –y endeble- construcción, mucho más similar a lo que fue la Alianza que a una propuesta superadora y novedosa.

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Los disidentes están en terapia intensiva. Como ya señalamos, el partido en términos peronísticos (?) se va a jugar en una misma cancha, y con estos guarismos, fuera de la línea de cal está el cementerio. Duhalde, como candidato, se encuentra un metro bajo tierra, Das Neves no tiene más al pago chico bajo el brazo y quedó a la luz de la opinión pública como alguien poco afecto a la transparencia electoral. Sobrevivirían Chiche, Graciela Caamaño, Brown y algunos otros nombres con rancio olor a pasado. Al igual que sucede con los radicales, por naturaleza ideológica y supervivencia, lo que quede del amorfo “Peronismo Federal” caminará rumbo a los brazos abiertos del PRO. También se verán escenas impensadas como la de varios de ellos retornando cabizbajos al Partido Justicialista. Los restos del duhaldismo, junto a De Narváez, no tienen otra salida que jugar con Mauricio Macri de cara al futuro. Pero será el alcalde porteño el que marcará los tiempos, el que tendrá el lápiz rojo. Serán cola de ratón. Es el que ganó teniendo fecha libre: se preservó, tendrá 4 años por delante al frente de la CABA, soga para afianzar el sello amarillo en el interior. Sólo le resta esperar, y cual patovica, decir en la puerta de entrada, “vos sí, vos no”. Incluso a ex aliados. O enemigos que lo denostaron. Pequeñas revanchas (venganzas) que da la política.
Los Rodríguez Saá, que le facturan a Duhalde viejas zancadillas, son una caja de sorpresas. Su proyecto autonómico, más allá de cierta influencia en las provincias vecinas a San Luis y un aceptable caudal de votos en provincia de Buenos Aires, es de mecha corta. Pero, debido a la inanición electoral opositora, sus votos son codiciados. El destino, incierto.

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Carrió feneció. Políticamente, claro. Sus desmesuras, sus virajes, delirios místicos e insoportable megalomanía, la llevaron a una caída estrepitosamente probable pero de magnitudes increíbles. Su ya minúsculo espacio quedó reducido a un par de figurines decadentes que deberán hacer esfuerzos sobrehumanos para permanecer. La Coalición Cívica proveerá al PRO, al radicalismo y hasta el novedoso FAP de Binner. Se transformó en un sello de goma, con fecha de vencimiento.

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Y la pelota tiene dueño, por ahora. Dueña, en realidad. Se llama Cristina. Con su liderazgo fuertemente consolidado, tanto ella como su equipo económico, son concientes de las dificultades que todavía siguen sin resolver y las que pueden arribar producto de un mundo cada vez más descompuesto (tema atendido con el resto de los países de la UNASUR al menos en una primera instancia para actuar a modo de bloque). Mantener el crecimiento en términos razonables/posibles, comenzar a resolver el déficit habitacional y el acceso a la tierra (algo adelantó en su discurso del lunes último), reducir el trabajo no registrado, evitar los sacudones inflacionarios, reducción progresiva de subsidios innecesarios dirigidos a algunos sectores como el energético y transporte (junto a una mayor inversión allí), elevar el piso de ganancias, trabajar en una normativa de servicios financieros e incrementar la capacidad productiva industrial con la vista puesta en el plus del valor agregado, son algunas de las metas que ya se trazaron en Olivos.
Ella, jefa indiscutida del peronismo, tiene bien en claro la importancia de obtener las mayorías necesarias para seguir “profundizando el modelo”. Y sabe, también, que por más que haya una oposición desmembrada, no tendrán demasiados pruritos para actuar a modo de muralla. Y obstruir. Si ya lo hicieron, ¿qué indica que no repetirán su accionar? Por todas estas cosas, Cristina va a la caza de muchos de los votos que no la acompañaron en las primarias. No quiere sobresaltos. No quiere sorpresas. Y todo el peronismo, que aspira a ganar las legislativas en 2013 para ir definiendo la sucesión, tampoco. Pero esa ya es otra historia.




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