La gran mayoría de los analistas políticos apelaron a la figura del “atrincheramiento territorial” respecto al accionar de José Manuel de la Sota en los últimos días, desde el inicio de su campaña por la gobernación mediterránea hasta su discurso con el score puesto. Esa postura, sin embargo, disparó distintas interpretaciones de cara a las primarias y sobre todo con vistas a la pelea de fondo de octubre. El hecho concreto es que el cordobés mantuvo su lista de diputados a pesar de las fricciones con la Rosada (su intento fallido de imposición) y no se inclinó públicamente por ningún candidato presidencial para los comicios del domingo. Punto. Su astucia, digna de un viejo peronista mañero, queda evidenciada cuando muestra sobre la mesa que los votos obtenidos en la gran elección que protagonizó días atrás tienen dueño: él.
¿Y qué va a hacer De la Sota el domingo? Probablemente no demasiado. Seguirá en su tesitura autónoma al menos de la boca para afuera, aún sabiendo que gran parte de los intendentes que lo apoyaron jugarán con CFK. Y esperará los resultados, tranquilo. El “Gallego” no tiene un centímetro de bobo: sabe en su fuero íntimo que las posibilidades de que Cristina sea reelecta son muy altas y que el partido desde hace un tiempo a esta parte se juega adentro de la cancha peronista. Por eso, no sería de extrañar que si las primarias arrojan números contundentes para Balcarce 50, el gobernador electo de Córdoba visite Olivos aunque sea para retomar las negociaciones por la caja de jubilación provincial.
Scioli fue el primero en visualizar la vital importancia del adentro. Vituperado, objeto de cientos de operaciones mediáticas, el bonaerense está en pista de largada –formalmente- desde el mismo día de la muerte de Néstor Kirchner. Juan Manuel Urtubey, que obtuvo unos números sorprendentes en su elección de abril cuando fue reelecto por más del 55% de los sufragios, obró en consecuencia y también ocupa su lugar en la pole. Ahora le tocó al Gallego. Esperan otros, que no sólo deberán revalidar títulos en el pago chico sino que tendrán que demostrar cuántos votos le pueden arrastrar a Cristina: Sergio Uribarri, Milton Capitanich, José Alperovich y José Luis Gioja. Parte de la carrera ya se largó, y a modo de comparación con el rally, podría decirse que el domingo culmina la primera etapa.
Los “gobernas” quieren (más aún: les conviene) que gane Cristina, por múltiples razones. No entender ese concepto es no entender al peronismo. ¿La principal? Ella no puede repetir. Y ese espacio de poder no puede quedar vacante o en una nebulosa a merced de opositores. Es por eso que tanto Duhalde como todos aquellos que se declaman peronistas pero juegan por fuera, sea con Macri o con otra fuerza, visualizan un horizonte por demás complicado. Ese desconcierto se traslada a las encuestas y a las propias acciones de sus referentes (?) -que poco contienen de políticas-, que se asimilan simples e improvisados manotazos: anunciar un eventual respaldo a un radical como Alfonsín, aferrarse a la Sociedad Rural , escasísima convocatoria pública y una apelación mística al “voto sorpresa” que parece un giro retórico más propio de Elisa Carrió que del bañero de Lomas.
Para complejizar el cuadro, el ala dura del kirchnerismo, con fricciones, logró posicionarse con fuerza en diferentes listas a lo largo del país que de mínima le garantizan una presencia al menos novedosa en el escenario que vendrá. Por otro lado, el llamativo silencio de Hugo Moyano abre otra incógnita sobre su porvenir: nada indicaría que suceda demasiado, además el camionero es otro de los “muchachos” que no tienen ni un pelo de zonzo. Resta saber el comportamiento de algunos intendentes del conurbano, que en el 2009 miraron para otro lado y repartieron boletas cortadas a espaldas de Néstor. Es cierto que el contexto mutó. Y más que nada, retomando el cerebral pulso de los “gobernas”, todos, absolutamente todos (heridos, molestos, puteadores, traicionados, avasallados) precalientan para jugar el partido. Adentro de la cancha peronista, como lo indica su ADN. Aún en un movimiento donde la lealtad y la traición son caras de una misma moneda que suele andar por los aires más seguido que en otros barrios.
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