Releyendo tras varios años “Operación Masacre” en su edición que creo es la más nueva, la trigésima tercera de 2007 de De la Flor , me topé con material que no recuerdo haber estudiado antes. Y bueno, viejo, realicé muchos méritos para tal genocidio neuronal. Vuelvo. En este librito que adquirí hace días nomás descubrí en la sección “Apéndices” que figura al final de la investigación, las diferentes introducciones y epílogos de distintas ediciones.
Lo jugoso del asunto radica en las propias palabras de Walsh sobre su cosmovisión en los diferentes tramos de la historia que va de la caída de Perón hasta Lanusse, que incluye el periodismo, la política en general, el peronismo, los golpes de Estado, las tropelías institucionales tan usuales en esos años. Allí, uno puede percibir a un autor que con enorme honestidad intelectual y valentía no tiene prurito alguno para confesar su odio al justicialismo, su adscripción a la llamada Libertadora y cómo interpretaba el trabajo periodístico (“oficio”). Luego, como deshojando una margarita, van apareciendo nuevos elementos, nuevos giros que complejizan todo un periodo de la historia signado por la sangre, la prohibición y el odio de clase, hasta finalmente llegar al Walsh de los años últimos, abiertamente peronista y militante.
Un aspecto que me parece sobresaliente: Walsh interpretó, como tantos otros, que el peronismo-antiperonismo representa como nada la lucha de clases en la Argentina.
No sigo más, léanlo a él que escribe un poquito mejor que yo (?). A propósito: seleccioné los fragmentos -textuales- que considero más ricos para este fin.
INTRODUCCIÓN A LA 1ERA EDICIÓN DE 1957
Como periodista, no me interesa demasiado la política. Para mí fue una elección forzosa., aunque no me arrepiento de ella”
Suspicacias que preveo me obligan a declarar que no soy peronista, no lo he sido ni tengo la intención de hacerlo. Si lo fuese, lo diría. (…) Tampoco soy ya un partidario de la revolución que –como tantos- creí libertadora.
Sé perfectamente, sin embargo, que bajo el peronismo no habría podido publicar un libro como éste (…) La mayoría de los periodistas y escritores argentinos llegamos (...) a considerar al peronismo como un enemigo personal. Y con sobrada razón. Pero algo tendríamos que haber advertido: no se puede vencer a un enemigo sin antes comprenderlo.
En los últimos meses he debido ponerme por primera vez en contacto con esos temibles seres –los peronistas- que inquietan los titulares de los diarios. Y he llegado a la conclusión (…) de que, por muy equivocados que estén, son seres humanos y debe tratárselos como tales. Sobre todo no debe dárseles motivos para que persistan en el error. (…) Más que nada temo el momento en que humillados y ofendidos empiecen a tener razón (…) Y ese momento está próximo y llegará fatalmente, si se insiste en la desatinada política de revancha que se ha dirigido sobre todo contra los sectores obreros. La represión del peronismo, tal como ha sido encarada, no hace más que justificarlo a posteriori. Y esto no sólo es lamentable: es idiota.
Reitero que esta obra no persigue un objetivo político ni mucho menos pretende avivar odios completamente estériles.
(…) Si se me pregunta por qué hablo ahora, habiendo callado como periodista cuando otros no lo hicieron (…), diré con toda honradez: he aprendido la lección. Pero ahora son mis maestros los que callan. Durante varios meses he presenciado el silencio voluntario de toda la “prensa seria” en torno a esta execrable matanza, y he sentido vergüenza.
PROVISORIO EPÍLOGO DE 1957
(...) Puedo decir, sin remordimiento, repetir que he sido partidario del estallido de setiembre de 1955. No sólo por apremiantes motivos de afecto familiar –que los había-, sino porque abrigué la certeza de que acababa de derrocarse un sistema que burlaba las libertades civiles, que negaba el derecho de expresión, que fomentaba la obsecuencia por un lado y el desborde por el otro. Y no tengo corta memoria: lo que entonces pensé, equivocado o no, sigo pensándolo.
(…) Si hay algo justamente que procurado suscitar en estas páginas es el horror a las revoluciones, cuyas primeras víctimas son siempre personas inocentes, como los fusilados de José León Suárez o como aquel conscripto caído a pocos metros de donde yo estaba. La pobre gente no muere gritando “Viva la patria”, como en las novelas. Muere vomitando de miedo (...) o maldiciendo su abandono (…) Sólo un débil mental puede no desear la paz.
EPÍLOGO 2DA EDICIÓN, 1964
Tras enumerar lo que consideró fracasos y logros del libro
(…) Hay otro fracaso todavía. Cuando escribí esta historia, yo tenía treinta años. Hacía diez que estaba en el periodismo. De golpe me pareció comprender que todo lo que había hecho antes no tenía nada que ver con una cierta idea del periodismo que me había ido forjando en todo ese tiempo, y que esto sí –esa búsqueda a todo riesgo, ese testimonio de lo más escondido y doloroso-, tenía que ver, encajaba en esa idea. Amparado en semejante ocurrencia, investigué y escribí enseguida otra historia (…), el caso Satanowsky. Fue más ruidosa, pero el resultado fue el mismo: los muertos, bien muertos; y los asesinos, probados, pero sueltos.
Entonces me pregunté si valía la pena, si lo que yo perseguía no era una quimera (…) Aún no tengo una respuesta. Se comprenderá, de todas maneras, que haya perdido algunas ilusiones, la ilusión en la justicia, en la reparación, en la democracia, en todas esas palabras, y finalmente en lo que alguna vez fue mi oficio, y ya no lo es.
Releo la historia que ustedes han leído. Hay frases enteras que me molestan, pienso con fastidio que ahora la escribiría mejor. ¿La escribiría?
RETRATO DE LA OLIGARQUÍA DOMINANTE (fin epílogo de la tercera edición, 1969)
(…) Hoy se puede ir ordenadamente de menor a mayor y perfeccionar, a la luz del asesinato, el retrato de la oligarquía dominante. Los militares de junio de 1956, a diferencia de otros que se sublevaron antes y después, fueron fusilador porque pretendieron hablar en nombre del pueblo: más específicamente, del peronismo y la clase trabajadora. Las torturas y los asesinatos que precedieron y sucedieron a la masacre de 1956 son episodios característicos, inevitables y no anecdóticos de la lucha de clases en la Argentina. El caso Manchego, el caso Vallese, el asesinato de Méndez, Mussi y Retamar, la muerte de Pampillón, el asesinato de Hilda Guerrero, las diarias sesiones de picana en comisarías de todo el país, la represión brutal de manifestaciones obreras y estudiantiles, las inicuas razzias en villas miseria, son eslabones de una misma cadena.
(…) Otros autores vienen trazando una imagen cada vez más afinada de esa oligarquía, dominante frente a los argentinos, y dominada frente al extranjero. Que esa clase temperamentalmente inclinada al asesinato es una connotación importante, que deberá tenerse en cuenta cada vez que se encarar la lucha contra ella. No para duplicar sus hazañas, sino para no dejarse conmover por las sagradas ideas, los sagrados principios y, en general, las bellas almas de los verdugos.
EPÍLOGO A LA EDICIÓN DE 1972
(…) Aquí había un episodio al que la Revolución Libertadora no podía responder ni siquiera con sofismas.
Ese método me obligaba a renunciar al encuadre histórico, en beneficio del encuadre particular. Se trataba de presentar a la Revolución Libertadora , y sus herederos hasta hoy, el caso límite de una atrocidad injustificada, y preguntarles si la reconocían como suya, o si expresamente la desautorizaban.
(…) La respuesta fue siempre el silencio (Ndr: tras 12 años de insistencia vía libro, artículos, proyecto en el Congreso, etc.). La clase que esos gobiernos representan se solidariza con aquel asesinato, lo acepta con hechura suya y no lo castiga simplemente porque no está dispuesta a castigarse a sí misma.
Las ejecuciones de militares en los cuarteles fueron, por supuesto, tan bárbaras, ilegales y arbitrarias como las de civiles en el basural.
(…) Suman 27 ejecuciones en menos de 72 horas en seis lugares (…) En algunos casos se aplica retroactivamente la ley marcial. En otros, se vuelve abusivamente sobre la cosa juzgada. En otros, no se toma en cuenta el desistimiento de la acción armada que han hecho a la primera intimación los acusados. Se trata en suma de un vasto asesinato, arbitrario e ilegal, cuyos responsables máximos son los firmantes de los decretos que pretendieron convalidarlos: generales Aramburu y Osorio Arana, almirantes Rojas y Hartung, brigadier Krause.
ARAMBURU Y EL JUICIO HISTÓRICO
El 29 de mayo de 1970 un comando montonero secuestró en su domicilio al teniente general Aramburu. Dos días después esa organización lo condenaba a muerte y enumeraba los cargos que el pueblo peronista alzaba contra él. Los dos primeros incluían “la matanza de 27 argentinos sin juicio previo ni causa justificada” el 9 de junio de 1956.
(…) El pueblo no lloró a Aramburu. El Ejército, las instituciones, la oligarquía elevaron un clamor indignado. Entre los centenares de protestas y declaraciones hay una que merece recordarse. Califica el hecho de “crimen monstruoso y cobarde, sin precedentes en la historia de la República ”. Uno de sus firmantes es el general Bonnecarrere, gobernador de la provincia al desatarse la Operación Masacre. Otro es el general Leguizamón Martínez, que había ejecutado al coronel Cogorno en los cuarteles de La Plata.
(…) La ejecución de Aramburu provocó una semana más tarde la caída del general Onganía, cuya dictadura ya había sido resquebrajada otro 29 de mayo por la epopeya popular del Cordobaza, y postergó momentáneamente los proyectos de sectores liberales que veían en el general ajusticiado una solución de recambio para la fracasada Revolución Argentina.
(…) En cuestión de meses los doctores liberales, la prensa, los herederos políticos canonizaron a Aramburu mediante el uso irrestricto del ditirambo y la elegía. Paladín de la democracia, soldado de la libertad, dilecto hijo de la patria, militar forjado en el molde clásico de la tradición sanmartiniana, gobernante sencillo y probo (…) No todos los partidarios de Aramburu eran tan necios (…) Como Lavalle, asesino de Borrego, habría cometido los hechos terribles que cometió bajo la influencia de consejeros solapados: bastaba cambiar el nombre de Salvador del Carril por el de Américo Ghioldi (…) Dentro de esa perspectiva es posible que Aramburu, además del monumento gorila, llegue a merecer la cantata expiatoria de un Sábato futuro.
(…) Ejecutor de una política de clase cuyo fundamento –la explotación- es de por sí antihumano (…) Aramburu estaba obligado a fusilar y proscribir del mismo modo que sus sucesores hasta hoy se vieron forzados a torturar y asesinar por el simple hecho de que representan a una minoría usurpadora que sólo mediante el engaño y la violencia consigue mantenerse en el poder.
La matanza de junio ejemplifica pero no agota la perversidad de ese régimen. El gobierno de Aramburu encarceló a miles de trabajadores, reprimió cada huelga, arrasó la organización sindical. La tortura se masificó y se extendió a todo el país. El decreto que prohíbe mencionar a Perón o la operación clandestina que arrebata el cadáver de su esposa, lo mutila y lo saca del país, son expresiones de un odio al que ni escapan ni los objetos inanimados, sábanas y cubiertos de la Fundación incinerados y fundidos porque llevan estampado ese nombre que se concibe como demoníaco. Toda una obra social se destruye, se llega a segar piscinas populares que evocan el “hecho maldito”, el humanismo liberal retrocede a fondos medievales: pocas veces se ha visto aquí ese odio, pocas veces se han enfrentado con tanta claridad dos clases sociales.
(Otra violencia se instala con Aramburu) Su gobierno modela la segunda década infame, aparecen los Alzogaray, los Krieger, los Verrier que van a anudar prolijamente los lazos de la dependencia desatados durante el gobierno de Perón.
(…) Quince años después será posible hacer el balance de esa política: un país dependiente y estancado, una clase obrera sumergida, una rebeldía que estalla por todas partes. Esa rebeldía finalmente alcanza a Aramburu, lo enfrenta con sus actos, paraliza la mano que firmaba empréstitos, proscripciones y fusilamientos.
1 comentario:
Muy buen material. me gustó la selección que hiciste de los párrafos.
Abrazo
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