Una estafa monumental, un sitio de temer. Desde el cielo caían dando ridículas volteretas y envueltos en un tulipán negro del tamaño de la concha de febo asoma ya a su rayo que iluminan el histórico convento.
Las sogas quedaron pendientes, esquivando estrellas y acariciando con la puntita última a la Tierra, que se descostillaba de risa al sentir cómo esa delicada película de pelos y piolines le hacía cosquillas con la paciencia de Ho Chi Minh.
La flor, en tanto, se desprendió del cordón umbilical y bostezó a los cuatro vientos, haciendo de cada pétalo el brazo de un niño que quiere romper el cascarón e irse de la casa una vez por todas y para siempre.
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