sábado, febrero 19, 2011

La progresía nacional


Ser progre es toda una marca, una posición. Aventuro que hoy día no es más que una postura estética (dietética), un conjunto de clichés y slogans políticamente correctos que buscan cierto grado de repercusión provocativa o transgresora. Es entrecomillar seguido desde un “me parece que…”. Así todo, el difuso concepto de lo progre, no deja de ser una cara distinta de la moneda liberal acentuada con la muerte de los “grandes relatos” anunciada por Lyotard y compañía, donde dentro de la atomización de “causas” (?) caben la militancia –con las ONG como punta de lanza- pro marihuana, la defensa de los pájaros violetas de la Cachemira y de los caballos arriados por cartoneros, entre otros ejemplos sustanciosos. Encuentran su razón de ser en los centros urbanos, se declara anticlerical y portador de una verdad que no se sabe bien qué significa, pero que contiene un aire de superación a la hora de la entonación o armado de enunciados que destila maravillas y genialidades. Un progre argentino, es un liberal de izquierda a la norteamericana, he dicho y que venga el Belgrano Cargas de frente (?).


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El progre se indigna ante la injusticia, ante un mundo canalla, ante la deshonestidad, ante muchísimas cosas más. Pero no se indigna no así nomás. Lo hace desde un reservorio moral que lo tiene como protagonista excluyente y quien se atreva a cuestionar su intrincado e inmaculado itinerario corre con riesgos de los fuertes: ser acusado de traidor, de ladrón y de cuanta fechoría uno imagine. Desprecia al “poder”, sin situarlo/identificarlo aunque sea por aproximación a “algo. No. Puede ser desde un gobierno sudaca a una ballenera noruega.


A su vez, ante cualquier sacudón provocado por las tensiones del mundo real no duda en desmarcarse y desde afuera de la escena arrojar misiles dialécticos donde lava su conciencia, porque, como buen liberal, tiende a recluirse en su ser. El espejo de Narciso no lo falla nunca. Las culpas, las zancadillas, las canalladas, siempre son de los otros, jamás del progre porque no se embandera; a lo sumo, si lo hace, es temporario porque seguramente a quien dice respaldar lo invadirá en algún momento la ambición, el negociado o cualquier otro sentimiento maligno e irracional que determinará su eyección del grupete.


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La tradición progresista nacional tiene una fuerte impronta de la Revolución Francesa que tuvo como ejemplares sobresalientes a los jacobinos de Moreno en los albores de la Nación. Netamente eurocentrista y liberal, pone el acento en la necesidad imperiosa de arrancarle a las masas indolentes la necesidad de aferrarse a las cadenas de la opresión, por medio de la “educación”, a modo de clarividencia. Así de superados actuaron los Moreno y compañía (con muchos aciertos y valentía harto comprobada), como también lo fue Alberdi hasta que apareció Rosas y pateó el tablero de lo hasta ahí conocido, con sus muchas luces y sus muchas sombras.


La progresía nacional de entonces fue tenazmente unitaria, racista, vanguardista. El rosismo fue el enemigo a vencer durante décadas, a punto tal, que su odio a la figura de ese (controvertido, obviamente) caudillo popular los llevó a respaldar el bloqueo anglo-francés emblema de Obligado, actos de sabotaje y de cipayismo difíciles de tolerar.


De esa banda de iluminados por los libracos europeos, Esteban Echeverría fue de los personeros más destacados durante los años del Restaurador. En el célebre “El Matadero”, arroja varias puntas que ayudan mucho a la hora de interpretar el pensamiento de esa progresía incomprendida por las masas populares. Allí, relata, desde la incomprensión total, que “el pueblo de Buenos Aires atesora una docilidad singular para someterse a toda especie de mandamiento”; que “varios muchachos gambeteando a pie y a caballo se daban de vejigazos o se tiraban bolas de carne, desparramando con ellas y su algazara la nube de gaviotas que columpiándose en el aire celebraban chillando la matanza. Oíanse a menudo a pesar del veto del Restaurador y de la santidad del día, palabras inmundas y obscenas, vociferaciones preñadas de todo el cinismo bestial que caracteriza a la chusma de nuestros mataderos, con las cuales no quiero regalar a los lectores”. Es la animalidad, el asco moral ante tanta mugre, ante tanta chusma, como dice el cajetilla unitario que termina reventando como escuerzo, donde la “fuerza y la violencia bestia (…) son vuestras armas; infames. El lobo, el tigre, la pantera también son fuertes como vosotros. Deberíais andar como ellas en cuatro patas”. Echeverría, escribió el “Dogma socialista.


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El socialismo en la Argentina es la expresión más contundente de la estirpe progre a nivel organizativo, partidario. Ya llegaremos. Antes, cómo dejar de lado la historia progresista de los Mitre-Sarmiento-Roca. Imposible. Mitre, fundador de La Nación, reivindicado por la historiografía marxista argentina en el siglo veinte producto de su comprobadamente erróneo método (?) del devenir.


Sintéticamente, como fue quien llevó adelante el corrimiento de las estructuras políticas y culturales precapitalistas (la de las provincias, las del Interior, las populares), no lo quedaba, gracias a las gambetas de la dialéctica, otra que llevar el estandarte civilizador y capitalista, lo que determinaría la aparición paulatina de proletarios, que en los años subsiguientes, concretarían la revolución social (¿???????????). Roca, por caso, expulsó al representante del Vaticano en el país. Qué decir del sanjuanino que no se conozca.


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Ya a fines del siglo XIX aparecía el PS –se anunció, eh- y todo cambiaba. Como se dijo, el equipo de Juan B. Justo fue el emblema de la progresía bienpensante. Casualidad o no, su periódico se llamó “La Vanguardia”, toda una declaración de principios. Tuvo un aporte valioso a la política vernácula, pero siempre desde ese mismo lugar iluminado reforzado por las corrientes inmigratorias que arribaban al país y que acarreaban en sus harapos tradiciones comunes (volvemos: la llama progre es eurocentrista y netamente liberal). Para su pesar, el relato histórico no difería demasiado del liberal/oficial aunque “desde otro lado” se diferenciase. Jamás penetraron en esas masas morochas del “atrasado” interior, caudillista, hispánico, esclavista. Pero, como se reiteró, de arraigo popular, poco y nada a pesar de haber obtenido el primer diputado de América bajo ese signo como fue Alfredo Palacios. Su cientificismo se fue por las cloacas.


El yrigoyenismo populista fue enemigo del socialismo y lo confinó a un sitio de permanente crítica pero de escasos logros concretos a pesar de ser quienes estuvieron en “la vanguardia”. Tras la Década Infame y la irrupción del peronismo, quedaron en orsai para nunca más volver, de la mano de sus primos lejanos radicales: golpismo, desprecio por lo popular, alianzas con lo peor de la sociadad. Por eso resultan tan poco creíbles cuando esgrimen los trapos del “convencimiento ideológico” y no del “oportunismo de las alianzas”.


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Esa tradición, perdura. Tras el fracaso alfonsinista, la progresía (con el intermezzo del PI en los ’80) encontraría en pleno menemismo su razón de ser en cierto frentismo difuso que iba desde la incipiente CTA hasta lo que finalmente se conocería como el Frepaso. Para muchos, la ecuación cerraba por todos lados: el gobierno más entreguista de todos los tiempos levantaba el estandarte peronista. Allí, muchos progres de estirpe simiesca gozaron, como los Frepaso. Ésta última expresión política, compuesta por ex pejotas, comunistas y demases sueltos, es un emblema en cuanto a lo años que nos tocan vivir. ¿Si el Frepaso no es progre, qué otra cosa puede serlo? Nada: porteños, bienhablados, claritos de piel, pregoneros de la honestidad.


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Y hoy subsisten entre nosotros. Nos dan lecciones de vida, de moral, de buenas costumbres. Nos adoctrinan con honestidad, desde lejos, sin mancharse, desde su inviolable individualidad. No usan levita ni galeras. Hoy piden “free pot”, liberación de las mujeres islámicas, que “ningún pibe nace chorro” (¿Alguno nace garca, facho, solidario, peronista o biólogo?). Se enojan fácilmente, suelen recaer en la autodenigración permanente, se sienten incomprendidos por culpa de la ignorancia, la prepotencia y las avivadas de los advenedizos.


Nos enseñan. Nos educan. Están más allá, comprometidos con lo que les sucede. Algún día, construirán un mundo mejor.






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