miércoles, abril 01, 2009

ALFONSÍN Y YO
















Había un sol tremendo, inconmensurable, tanto que no dejaba ver. Fruncí el ceño infinidad de veces hasta que un sonido estridente que aumentaba sostenido en el aire me estremeció. La masa que nos rodeaba agitaba miles y miles de banderitas albirrojas, gesticulaba, aullaba y estiraba los brazos hacia un punto que yo, sentado desde los hombros de mi papá, no podía distinguir. La euforia crecía. Mi viejo saltaba alocado y yo tenía miedo real de venirme abajo y perderme entre esa marea de piernas. En esos momentos, pude ver al avión a unos 50 metros más o menos y cómo bajaban de a uno sus pasajeros. Alfonsín salió y efectuó el clásico saludo de las manos entrelazadas, el mismo que aparecía en las fotos de las revistas de la época, en la poca tele que había, en los carteles que reventaban las paredes. Estaba viendo al Presidente, ese Presidente de bigotes tan idolatrado por mis viejos, muy especialmente por papá.


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Mi vieja se quebraba en llanto y el viejo la contenía en su pecho. La frase “Nunca Más” retumbaba una y otra vez. Me quedé helado sin comprender nada, al igual que un par de años después cuando ellos dos - de nuevo- observaban petrificados el televisor en medio de una densa nube de Particulares 30 y Chesterfield a esos tipejos de verde armados hasta los dientes, con boina colorada de lado y la cara recubierta de betún, que hablaban a las cámaras con tono amenazante, casi puteador. “Otra vez no” espetó entre espasmos mi vieja. Cuando el helicóptero presidencial partió hacia donde estaban “los rebeldes”, como los calificaban los medios de entonces, partimos hacia la Plaza San Martín. En el balcón frente a la Municipalidad, tras horas de mucha tensión, aparecieron en el balcón todos los dirigentes marplatenses peronistas y radicales. Hablaron y hablaron. Hasta que algo pasó. La plaza se partió en dos. Al lado mío una señora agitaba una bandera radical al grito frenético de “por la paz”, mientras que a pocos metros caras más jóvenes retrucaban “punto final, la lucha sigue igual”. Nos fuimos entre murmullos. La desconcentración transpiraba los sentimientos y sensaciones inversas a las del comienzo de la convocatoria.

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Carlitos tenía un cuaderno donde a un grupo selecto de vecinos del barrio les otorgaba crédito mensual. La inflación era moneda corriente y cuando se cobraba salíamos disparados a lo de Carlitos, quien ya nos había separado en una caja una serie de víveres no perecederos que luego depositábamos en una alacena enorme que todavía mi abuela conserva. En otras ocasiones concurríamos al Hogar Obrero o Supercoop, donde aceptaban unos ticket extraños, de colores, del estilo de los “Canasta” de hoy. Se acumulaba. Muy de vez en cuando aparecía un botellón de Mountain Dew o de Gini. También de Teen. Las tapas se canjeaban por increíbles vasos de la Pantera Rosa, los Pitufos, de Disney. Había unos yo-yo inolvidables. La ropa, cuando se compraba, era ahora y ya porque a los pocos minutos salía más cara. Los regresos de la playa eran mortales. Subir once pisos por la escalera por los cortes de luz, cargados de cachivaches, era una experiencia traumática. Uno de esos días, mirando por la ventana, me asombró la aparición de una densa columna de humo negro a unas pocas cuadras: era el entrañable Hogar Obrero que se despedía para siempre. Algunas noches mis viejos iban al cine y nosotros nos quedábamos con la abuela. En una de esas, al otro día, pregunté qué era lo que habían visto. Como si fuera hoy, recuerdo la respuesta de mamá mientras hacía la cama: “La naranja mecánica”.

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Cuando aparecía Ubaldini en la tele, a mi viejo le hervía la sangre. Lo odiaba. Ese personaje con cara de tristón, una especie de Droopy ojeroso con campera de cuero que era satirizado por Sapag, aparecía cada dos por tres. Neustadt y Grondona, imbatibles en audiencia, también le sacaban caspa al viejo. Los debates. El enojo clerical y las pintadas por la Ley de Divorcio. Saadi versus Caputo. Chacho Jaroslavsky, Antonio Cafiero y el peronismo renovador, Triaca, la Coordinadora, Pugliese, Casella, Luis Zamora y el MAS, el FRAL, el PI de Alende, la muy puteada UCD de los Alsogaray, Adelina y Albamonte, la elección del ´87, el intento de reforma constitucional bonaerense.

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Muchos años después, con otro primer mandatario en funciones, mi viejo desempleado llegó de la calle tipo once. Mamá y mi hermana dormían y yo miraba no sé qué mierda en la tele. Tenía los ojos llorosos. “¿Qué pasa?”, dije. “Fui a ver a Alfonsín al Quilmes”, arrojó. La insolencia adolescente de su interlocutor le contestó con una carcajada burlona. A diferencia de otras veces, donde nos trenzábamos, se arrojó en el sillón, miró al cielo y me contestó: “Decí lo que quieras, pero el Gallego cuando habla me emociona. Tiene tanta razón...”.

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Se fue un dirigente político que no tiene correlato con ninguno de los de hoy -motonautas, borocotós, conversos permanentes-...El último gran orador electrizante de la política argentina que se construyó sin nada de marketing. Hoy papá no está para despedir a su Gallego, al que también puteó –desde el afecto y la admiración, calculo- por sus “agachadas”, como solía decir entre rabietas. Con Alfonsín, más allá de sus innumerables y muy graves errores que no vienen al caso enumerar-creo- se muere también una época. Con Alfonsín, en definitiva, se muere también mi infancia.

2 comentarios:

Burdelita dijo...

me encanta tu blog
lo de alfonsin es impecable, saludos
lo de miller es fantastico
saudades

Federico Fernández Reigosa dijo...

POR ALGUNA RAZON, NO PUEDO VER BIEN EL TEXTO DE ALFONSIN: HAY LINEAS SUPERPUESTAS A OTRAS...